¿Conectados? ¿Desconectados? ®

Aprovechar las redes para liberarnos

El planeta resulta más chico desde que existe Internet. En poco tiempo accedemos a una cantidad de información que hace un siglo atrás habría llevado toda una vida. Nos permite abrirnos al mundo con toda la riqueza de su heterogeneidad, pero también puede empobrecernos cerrándonos en la homogeneidad. Nos ayuda a tener una mirada más amplia y en múltiples direcciones, pero también puede hacernos mirar lejos aunque en la misma dirección en la que ya mirábamos.

Cada vez parece más común estar ensimismados en el celular… al viajar, en el trabajo, al estudiar, cada minuto libre, estando solos o con otra persona… hasta en el cine tienen que recordarnos por la pantalla grande que tenemos que apagar la pantalla chica del celular.

Las redes sociales nos comunican a unos con otros. Vivimos “conectados”. Pero ¿conectados con quién y con qué?

Los grupos de “amigos” suelen ser entre quienes compartimos el mismo punto de vista, los mismos gustos, los mismos juegos, las mismas actividades, las mismas ideas políticas, las mismas creencias. Como si fuese mejor cuanto más nos parecemos.
Los buscadores se especializan para que rápido contactemos con lo más parecido a nosotros, cada vez se tiende más a la homogeneidad. Inclusive, si buscamos algún producto o servicio a través de internet, a los segundos nos llegan montones de avisos para vendernos más opciones de lo mismo. Si visitamos un sitio web o vemos algún vídeo, inmediatamente nos sugieren otros muchos muy parecidos.
La información que ingresa a la realidad virtual en el que nos movemos está seleccionada para que no se filtre ningún elemento que distraiga nuestra atención de lo que más nos interesa. Todo aparenta estar hecho a nuestro gusto y medida. Nada parece existir por fuera de lo que nos es afín, más allá de lo que podemos consumir. Cada uno puede programar su mundo feliz, pero dentro de la pantalla.

Es cierto que de alguna u otra manera, con o sin Internet, tendemos a reunirnos con quienes tenemos más afinidades. Pero esto es riesgoso cuando resulta ser el único objetivo, cuando estemos donde estemos interactuamos siempre con lo mismo. Por ejemplo, al viajar en un transporte público siempre se ve más de lo mismo si sólo se mira lo que ocurre en el celular; en cambio está la opción de dejar el celular y mirar al menos un rato a las otras personas diferentes a uno, o de mirar a través de la ventanillas otros paisajes de vida. 
Lo dicho es comparable a cuando hace pocas décadas atrás en la escuela pública de Argentina convergían alumnos procedentes de varios extractos sociales. Esto hacía que, al menos durante la escolarización, se aprendiese a convivir con el diferente a uno. Después las cosas cambiaron. Las escuelas privadas se ocuparon, entre otras cosas, de agrupar a uno y otros en espacios distintos.

Es en el reconocimiento de las diferencias y en la convivencia entre diferentes que se logra unidad en la diversidad.

Internet es un portal abierto, un extraordinario puente. Puede servirnos para que veamos más allá de nuestras narices, para salir de nuestros singulares mundos y conocer otros mundos tan reales y tan posibles como el propio. Pero también corremos el riesgo de quedar clasificados en estancos compartimentos virtuales, desde donde la realidad queda fragmentada en ciberburbujas inconexas.

Podemos quedar atrapados en las “redes” o podemos utilizarlas para liberar nuestras mentes. Está en nosotros decidir que uso darle a Internet. ¿La utilizamos para circunscribirnos únicamente a lo cercano y sumar más de lo parecido? ¿O la empleamos también para expandir nuestra comunicación y empatía hacía lo lejano y diferente… hacía quién también es nuestro semejante, aunque sea distinto?

Juan A. Currado

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