“Disculpame, me equivoqué” ©
Nadie se equivoca a propósito. Siempre hacemos lo que consideramos mejor de acuerdo a nuestra visión del mundo, según los recursos externos e internos que disponemos en cada momento.
Cuando el resultado de lo hecho es distinto al esperado y constatamos que dicho resultado es efecto directo de nuestra acción… nos damos cuenta de la equivocación. Es entonces que podemos descubrir lo que ignorábamos y realizar el aprendizaje que inicia el camino hacia la corrección.
Decir “disculpame, me equivoqué” es un acto de honestidad. Es más fácil asumir el error cuando esa honestidad es valorada por el otro. Y cuanto más valorada es… más se fomenta la honestidad también con uno mismo. Por el contrario, castigar el error, como si la equivocación hubiese sido a propósito, es una incitación a la mentira y a eludir responsabilidades.
Si en los vínculos, en las aulas y en los trabajos no condenásemos a quien se equivoca y si en cambio felicitásemos a quien tiene la honestidad de reconocer su error… es muy probable que la honestidad sería un valor, que se recurriría menos a la mentira y que siempre se vería la posibilidad de aprender a través de una equivocación.
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